lunes, 29 de enero de 2007

Vivir en despotismo

El Nacional - Domingo 28 de Enero de 2007 A/9

Opinión


· Antonio Pasquali
apasquali@cantv.net

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Sin comunicaciones no hay sociedad (entes inco-municados no conviven); los
procesos de comunicación y la formación o cambio de estructuras sociales son
así inherentes. La calidad social del grupo es fiel reflejo del modelo de
comunicación en ella predominante: más emisores libres, más sociedad
abierta; más autoritarismo comunicacional, más sociedad cerrada y
masificada.

Lo anterior admite variadas inferencias; por ejemplo, que la principal clave
interpretativa del intento por reconfigurar social, política y culturalmente
el país, llamado "socialismo del siglo XXI", reside en el comportamiento
comunicacional de su maestro de obra, el presidente Chávez. Salvo mejor
exégesis, el rasgo vistosamente descollante de dicho comportamiento es el
despotismo. La griega despotéia expresa genéricamente el "poder del amo
sobre los esclavos" y por extensión la excesiva confiscación de poderes, el
abuso grave y reiterado de posición dominante o la reducción del otro a
medio para los fines del amo.

Pertenecer a una sociedad moldeada día a día por una comunicación despótica
es verse condenados a una obsesiva cura y hermenéutica del mensaje
autoritario, con variantes que van de lo kafkiano (el improbable
desciframiento de ambiguos susurros que bajan del Castillo) a lo
castro-chavista (detectar las partículas significativas de discurso en
océanos de demagógica verborrea).

Desde sus comienzos, Chávez manifiesta bulimia de pre-potencia
comunicacional, un obcecado afán de sustituir con una propia la vieja
hegemonía mediática que en 2002 intentaría liquidarlo y ser la única Voz del
Amo que resuene en el entorno nacional. Con el tiempo, esa pulsión por
saturar el espacio comunicacional llega al exhibicionismo y la elefantiasis:
jamás existió un jefe de Estado que en menos de ocho años haya pasado como
Chávez cerca de 90.000 minutos ante los micrófonos (39 minutos diarios que
suman 188 días laborables de 8 horas). Jamás un jefe de Estado que hubiese
gobernado en pantalla, despidiendo funcionarios con un silbato, regañando o
botando ministros, nombrando, retirando embajadores y rompiendo relaciones,
haciendo enroques entre poderes, dictando leyes y adoctrinando.

Una conspicua pars destruens completa esa operación: la progresiva
liquidación de los odiados medios no regimentados y opositores que se afana
en humillar, silenciar y violar. El 26 de marzo de 2004, con Providencia
Administrativa 407 sustentada en aventureras interpretaciones de la
Constitución y la Ley de Telecomunicaciones, brutalmente "se ordena a los
operadores que prestan servicios de radiodifusión (...) la transmisión de
mensajes o alocuciones oficiales transmitidas por el canal de TV del Estado
cada vez que sea emitido el anuncio correspondiente (coletilla de cadena)".

(¡"cada vez"!, otra absoluta mundial). Nos toca unas 60 veces al año, con el
manifiesto placer orgásmico de una cuartelera violación in corpore vili del
enemigo; ha sucedido que el autócrata preguntase como el que no quiere a sus
acólitos en delirio: "¿Quieren que pasemos a cadena, les tiramos una cadena
ah? Jesse, pásame a cadena por ahí".

Para el mayor éxito de la Voz Única se maximiza el poder gubernamental de
emisión mientras se minimiza el no-gubernamental. Lo primero se concreta en
lo nunca visto antes: de un casi nada a 5 emisoras de TV, 2 articuladas
cadenas radiales gubernamentales y decenas de periódicos y revistas; unas 35
televisoras, entre 300 y 2000 radios y unos 75 periódicos comunitarios todos
chavistas; incontables sitios Internet de "alternativa bolivariana". Lo
segundo, en una política coordenada de apropiaciones (YVKE Mundial), compras
(CMT), sutiles preavisos (Niños Cantores), presiones (Globovisión) o
supresión de concesión (RCTV).

Más se emite menos se recibe, más se habla menos se escucha, más se ordena
menos se dialoga. A tales determinismos no escapa nuestro déspota
comunicacional, en el que la componente militarista (opositor igual enemigo)
estimula el odio al que disiente y el temor a la genuina interlocución, que
intuye portadora de un poder de disolución como en Nosferatu la luz del
alba. Por eso no se presenta ante cualquiera, los cubanos le filtran
diligentemente los yes-men admitidos a sus conversares. El pasado año
insultó a unas damas zulianas que intentaban dialogar con él y se negó a una
confrontación televisada con su retador Rosales; hace días lanzó un "cuando
hablo no se mueve nadie y si me da la gana hablo cinco horas más" a quienes
se cansaron de escucharlo. Al esclavo-receptor de la Voz del Amo se le exige
pura heteronomía, una supina entrega de la voluntad. Asistimos ahora a un
agravamiento del despotismo comunicacional chavista por añadidura de
paranoia y solipsismo. El Amo manifiesta síntomas de desconfianza incluso
hacia sus directos colaboradores.

El "Plan de Estrategia Comunicacional 2007" le quita el habla a sus propios
ministros y vice-presidente, suprimiéndoles los departamentos o salas de
Prensa y prohibiéndoles "pautar notas de prensa contrarias al discurso del
Presidente"; una más reciente medida de Relaciones Interiores "prohíbe a
funcionarios policiales y directores de instituciones públicas en general,
ofrecer declaraciones a medios de comunicación no avaladas por el Minci".

El déspota comunicacional no confía ahora más que en sí mismo, lo que
incrementa de consuno su exigencia de que lo asumamos como la luz, la verdad
y la vida.

De tal matriz comunicacional salen el capitán Ameliach que insta a los
parlamentarios a no parlamentar y aprobar, la imposición autocrática de un
partido nacionalsocialista único "porque no hay tiempo que perder", el
censor Lara cuidando del silencio o del hablar "políticamente correcto" del
tren de Gobierno.

Marcuse creía que malestares así tenían su remedio en la ironía. De ser
cierto, todo terminaría el día que el primer chavista descubra que su
presidente es, sencillamente, un ridículo.

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